Al principio era la nada; no existían el bote ni la caja de caramelos. Mis primeras clases de yoga las daba en un espacio cuya filosofía era que las actividades fueran completamente gratuitas. Todavía tengo en mi mente la imagen de una persona que vino a ofrecerme dinero al finalizar su primera clase allí, y al decirle que no podía aceptarlo se quedó sorprendida: “pero, ¿cómo no se te puede dar dinero?”. Aquel lugar ya no existe físicamente, pero hay otros similares. Y la persona que me dijo aquello ya no viene a clase, pero sí lo siguen haciendo algunas de sus amigas.

Después de la nada fue el bote. Y un poco después la caja con los caramelos sustituyó al bote. La caja fue un regalo de otro profesor de yoga (¡gracias Nico!) y en ella crecían los caramelos y la gente depositaba su voluntad. La caja dejaba al descubierto las voluntades de todo el mundo. Recuerdo una persona que un día indignada me comentó: “¡pero es que la otra gente deja muy poco!”. Un refrán, creo que indio, dice que antes de barrer la casa de tu vecino te des una vuelta por la tuya propia. Y esta persona no se la dio, lo que sí hizo poco después de aquella crítica al prójimo fue tener dos detalles de “generosidad” que contribuyeron, junto a otro par de sucesos, a que me planteara seriamente dejar de dar clases de yoga.

Pero no dejé de dar clases. Y así fue que regresó el bote, acompañando a la caja con los caramelos. La caja para coger, y el bote para dejar de forma un poco más discreta, ya que mi intención no es que el final de la clase sea “la hora de la vergüenza”, ni la hora de juzgar a los demás, sino que el bote invite a “la hora de la reflexión”. La reflexión de si nos ha gustado o no la clase, de si nos apetece dar y/o coger, de cuánto valen las cosas, de si quiero volver, de si me voy en paz y con una sonrisa en mi corazón.

Algunas veces, en la página web he dado ideas alternativas al dinero para expresar generosidad. Una de ellas es la de dejar una nota, ya sea de agradecimiento o con una reflexión. Me he dado cuenta de que las notas dicen mucho más de lo que hay escrito en ellas. Y hay personas para las que el dinero y el agradecimiento escrito no son excluyentes, sino que son complementarios. Esto lo aprendí gracias al bote.

Al bote no lo menciono a menudo en las clases. Es habitual cuando vas a actividades que son “gratuitas” o por la voluntad, que al final te inviten, de forma más o menos decorosa, a dejar dinero. Creo que si yo fuera mi propio alumno me cansaría de que todos los días me “invitaran” a expresar mi voluntad. Así que en el 99% de las clases no digo nada. Si alguien asiste frecuentemente, confío en que tarde o temprano se dará cuenta del trasiego de gente, de que hay un bote y una caja entre las mochilas, de que hay personas que al terminar la clase rebuscan en bolsos, carteras o monederos y van, dinero o papel en mano, al centro del círculo de esterillas y vuelven con un caramelo. Porque aprendemos de las personas que nos rodean y tendemos a imitarlas, queramos o no.

A veces dudo de que el bote cumpla su cometido original de invitar a la reflexión, pero durante los últimos cuatro años el bote me ha permitido, en un mundo gobernado por la avaricia, vivir en el reino de la generosidad.

Gracias.

Generosidad