El origen de la meditación metta precede los tiempos de Buda, ya que es mencionada, por ejemplo, en los Upanishads, y no es exclusiva del budismo, siendo practicada en otras tradiciones como el jainismo o el hinduismo.
Metta (pali) o maitri (sánscrito) se suele traducir como amor bondadoso, amor universal o bondad amorosa. En el budismo, metta es el primero de los cuatro inconmensurables (brahmaviharas, también llamados las cuatro moradas sublimes). Los otros tres: compasión, alegría empática y ecuanimidad, crecen a partir de metta, y son mantenidos y nutridos por este.
El origen de la meditación metta en el budismo
Cuenta la historia que Buda envió a un grupo de monjes a meditar a un bosque durante el retiro de la estación lluviosa. Dicho bosque estaba habitado por espíritus, a los que les incomodaba la presencia de los monjes en su territorio. Viendo las intenciones de los monjes de quedarse durante varios meses, los espíritus del bosque intentaron disuadirles de esa idea. De manera que empezaron a producir olores repugnantes y ruidos inquietantes para hacerles imposible la meditación, y se manifestaron como fantasmas para asustarles.
Así, con miedo y viendo frustrada su práctica, los monjes abandonaron el bosque y fueron a contarle lo sucedido a Buda, esperando que este les asignara otro lugar en el que pasar los meses lluviosos.
En lugar de eso, Buda les sorprendió diciendo: «Monjes, la primera vez que fuisteis a ese bosque estabais indefensos, pero ahora os proporcionaré la única protección que necesitaréis». Y esta fue la primera vez que Buda enseñó la meditación metta, descrita en el Karaniya Metta Sutta:
Aquel que busca promover su bienestar,
y aspira al estado de perfecta paz
debería ser hábil y recto,
directo y amable en su habla.
Humilde y no engreído,
contento y fácil de satisfacer.
Con pocas obligaciones y de vida simple,
de sentidos controlados, prudente y discreto.
No orgulloso ni de naturaleza demandante.
Sin cometer el más mínimo acto
que los sabios pudieran reprobar.
Cultivando el pensamiento:
¡Que todos los seres estén felices y a salvo!
¡Que sean felices de corazón!
Que todos los seres que existen,
ya sean débiles o fuertes, sin omitir a ninguno,
grandes, poderosos, medianos, cortos o pequeños,
visibles o invisibles,
aquellos que viven cerca y los que viven lejos,
aquellos nacidos y por nacer,
que todos los seres sin excepción sean felices.
Que nadie engañe a otro,
o desprecie a ningún ser cualquiera que sea su estado.
Que nadie desee daño a otro
debido a la ira o al resentimiento.
Como una madre protegería a su único hijo
aun a costa de su propia vida,
así, con un corazón sin límites
debe uno apreciar a todos los seres vivos.
Irradiando bondad sobre el mundo entero:
expandiéndola hacia arriba a los cielos,
hacia abajo a las profundidades;
hacia afuera y de forma ilimitada,
libre de odio y malicia.
Ya sea de pie o caminando, sentado o tumbado,
mientras esté despierto,
uno debe cultivar esto,
considerado el estado sublime.
Al no aferrarse a creencias erróneas,
el puro de corazón, teniendo claridad de visión
y siendo libre de todos los deseos sensuales,
de un vientre no vuelve a nacer.
Los monjes volvieron al bosque y practicaron metta. Los espíritus que allí habitaban se conmovieron con la belleza de las palabras, los actos y la energía que emanaba de los monjes al practicar metta de forma continua. De manera que, en lugar de volver a intentar ahuyentarles, decidieron cuidar de ellos, protegerles y ayudarles en lo que pudieran.
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