Tres veces a la semana mi padre conduce a las 7 de la mañana en dirección a un estudio de danza a cinco manzanas de la playa. En la luminosa sala de suelo de madera un hombre musculoso con la cabeza afeitada y en bañador susurra instrucciones en una mezcla de inglés y sánscrito. Mi padre, y el resto de la clase (la mayoría actrices bronceadas y flexibles en mallas negras de Lululemon) se doblan y retuercen en extrañas posturas. Las ventanas se empañan con la condensación de la respiración colectiva.
Mi padre lleva asistiendo a clases de yoga más de 6 años. A mí siempre me han interesado el ejercicio y los deportes, pero no entendía qué había de extraordinario en esta rara técnica de estiramiento prolongado. También tenía un interés paralelo en neurociencia, pero poco me imaginaba que esta antigua práctica cambiaría mi entendimiento sobre la relación entre el cuerpo y el cerebro.
El yoga puede, supuestamente, mejorar el sistema inmune y los síntomas de la depresión, así como reducir el dolor crónico, el estrés y la presión arterial. Estas afirmaciones han sido hechas por los yoguis a lo largo de los años, y sonaban a tonterías new age. Sin embargo, y sorprendentemente, toda esa lista de beneficios está respaldada por investigaciones científicas.
Puede sonar a cosa de magia que posar como un guerrero orgulloso o como un cuervo pueda tener tamaños efectos, pero no es magia. Es neurobiología. La siguiente frase puede sonarte o muy profunda o tremendamente obvia, pero todo se resume en esto: las cosas que haces y los pensamientos que tienes cambian los patrones de funcionamiento y la composición química de tu cerebro. Incluso actos tan simples como cambiar tu postura, relajar los músculos faciales, o ralentizar tu frecuencia respiratoria pueden afectar a tu actividad cerebral (más allá de la actividad necesaria para llevar a cabo la acción). Estos cambios son a menudo pasajeros, pero pueden ser duraderos, especialmente si implican el cambio de un hábito.
La primera vez que madrugué para ir con mi padre a yoga, tenía en la cabeza la imagen de una habitación repleta de gente contorsionándose lentamente para alcanzar la iluminación. Cuando la clase estaba a punto de comenzar, mi padre masculló desde la esterilla de al lado: “Se supone que tienes que respirar a través de la nariz a la vez que constriñes la parte posterior de la garganta para hacer un sonido como el del océano”. Aquello sonaba un poco entre hippy y cursi, pero lo probé de todas formas, solo para descubrir después que ese era uno de los factores clave del efecto del yoga en el cerebro.
En quince minutos estaba chorreando tanto sudor que apenas podía sostener un perro cabeza abajo. Pero a lo largo de todas las posturas, el instructor seguía mencionando como se suponía que debíamos mantener nuestra respiración calmada y con un ritmo constante. ¿Calmados? ¿En serio? Mis músculos temblaban mientras intentaba mantenerme en la postura de una flexión de brazos a 6 centímetros del suelo. Cuando el profesor nos pidió que giráramos de tal manera que el hombro derecho descendiera por debajo de la rodilla derecha, apenas podía llenar mis pulmones. Nos pidió que nos arqueáramos hacia atrás, y mi columna crujió y se resistió dolorosamente a mis esfuerzos. ¿Calmados? ¡Pero si quería que nos quedáramos apoyados sobre nuestras cabezas!
Como neurocientífico, a pesar de mi inicial incredulidad, me di cuenta de que el yoga funciona no porque las posturas sean relajantes, sino porque son estresantes. Son los intentos por permanecer calmado durante este estrés lo que produce el mayor beneficio neurobiológico de la práctica del yoga.
Tu cerebro tiende a reaccionar de forma automática ante la incomodidad y la desorientación, disparando la respuesta fisiológica al estrés y activando un ansioso diálogo entre el córtex prefrontal y el más emocional sistema límbico. La respuesta al estrés en sí misma incrementa la probabilidad de tener pensamientos angustiosos como el de “me va a dar un tirón” o “no puedo mantener esta posición por más tiempo”. Y de hecho, esos pensamientos a su vez agravan la respuesta al estrés.
Curiosamente, a pesar de las diferentes formas de situaciones estresantes en las que una persona puede encontrarse (quedarte sobre la cabeza, huir de un león, acabar un informe a las 5 de la mañana), el sistema nervioso solo tiene una respuesta ante el estrés. Los pensamientos específicos que tengas pueden cambiar, pero las áreas del cerebro involucradas y la respuesta fisiológica serán las mismas. La reacción fisiológica al estrés conlleva un aumento de la frecuencia cardiaca, de la frecuencia respiratoria, de la tensión muscular e incremento del cortisol y otras hormonas del estrés.
Lo fascinante de la interacción cuerpo-mente es que funciona en ambos sentidos. Por ejemplo, si estás estresado, tus músculos se tensarán (preparándose para huir de un león), y esto te llevará a un modo de pensar más negativo. Relajar esos músculos, en particular los músculos faciales, llevará al cerebro en el otro sentido, lejos del estrés y hacia pensamientos más relajados. De igual manera, bajo una situación de estrés tu frecuencia respiratoria aumenta. Ralentizar tu respiración apartará la respuesta al estrés de tu cerebro y llevará a este nuevamente hacia pensamientos más calmados.
¿Cómo encajamos todo esto? Como ya he comentado, la respuesta al estrés en el sistema nervioso es activada de forma refleja por las sensaciones de desasosiego y confusión. La torsión de tu columna, el ácido láctico producido por tus músculos tensándose, la incómoda sensación cuando estamos cabeza abajo, la incapacidad de respirar; todo ello son diferentes formas de desasosiego y confusión, y tienden a llevarnos automáticamente a un estado mental tenso y a la activación de la respuesta al estrés en todo el sistema nervioso. Sin embargo, el hecho de que esta respuesta sea automática no significa que sea necesaria. Es, de hecho, un hábito del cerebro. Uno de los principales propósitos del yoga es reentrenar este hábito de manera que tu cerebro deje de invocar automáticamente la respuesta al estrés.
Algunas personas pueden pensar que la respuesta al estrés es un reflejo innato y que por lo tanto no puede ser modificada. Esta respuesta es parcialmente innata, y parcialmente aprendida en las etapas iniciales de la infancia. Sí, la respuesta al estrés ya viene descargada e instalada en tu primer sistema operativo. Sin embargo, esta tendencia se ve aumentada por años de refuerzo. Particularmente te empapas de cómo los que te rodean, principalmente tus padres, reaccionan ante situaciones estresantes. Sus reacciones se programan en tu sistema nervioso. Pero no porque un hábito sea innato y después reforzado significa que sea inmune al cambio. Casi cualquier hábito puede ser cambiado, o al menos mejorado, mediante la repetición de un nuevo hábito.
Para darte un ejemplo de cómo cambiar una reacción innata similar, voy a cambiar totalmente de tercio y asumir que tenemos un problema con el reflejo faríngeo (el que evita que nos atragantemos con alimentos o bebidas). Probablemente la primera vez que intentáramos beber una cerveza entera de un trago este reflejo nos lo impediría. Pero con la práctica constante (que muchos hemos llevado a cabo en la realidad), al final suprimimos gran parte de ese reflejo. Al igual que con el reflejo faríngeo, el hecho de que tu respuesta al estrés sea innata y automática no significa que no pueda ser modificada mediante la práctica sostenida e intencionada.
Para algunas personas el levantarse a las 6:30 de la mañana para ir a una clase de yoga disparará automáticamente su respuesta al estrés. La buena noticia es que no necesitas ir a una clase para practicar yoga. Las posturas que la mayoría de la gente asocia con el yoga son simplemente una forma en particular de practicar yoga llamada asana (asana se traduce como “postura”). La práctica de asanas te desafía de un modo específico, pero la vida misma te ofrece numerosos desafíos de por sí. Ante cualquier situación estresante puedes intentar las mismas técnicas para calmarte; respirar lento y profundo, relajar los músculos de la cara, limpiar tu cabeza de pensamientos angustiosos, concentrarte en el momento presente. De hecho, aplicar estas técnicas a la vida real es de lo que trata el yoga en realidad. Yoga es simplemente el proceso de prestar atención al momento presente y calmar la mente. Con el paso del tiempo comenzarás a reentrenar tu reacción automática al estrés, y a reemplazarla por otra que te conduzca más hacia la felicidad y el bienestar general.
Tras volver varias veces a la clase de yoga de mi padre, llegué finalmente a la conclusión de que no solo puedes practicar yoga en la vida real, sino que también puedes ir a una clase de yoga y no estar realmente practicando yoga. Algunas de las personas que estaban alrededor de mi padre, especialmente en una ciudad tan preocupada con la imagen corporal como Los Ángeles, pueden simplemente estar poniendo sus piernas detrás de la cabeza, y aun así no concentrarse en mantener su respiración calmada y constante, o sus mentes despejadas. Puede que estén pensando en cualquier otra cosa.
![chica con piernas detras de la cabeza](https://monoyoga.es/wp-content/uploads/2018/01/chica-con-piernas-detras-de-la-cabeza.jpg)
¿Está esta chica haciendo yoga?
Sin la intención sostenida de concentrarse en el presente y calmar la mente, ir a una clase de yoga puede ser una actividad mecánica realizada por inercia. Si lo pienso, ¿quién sabe si mi padre está realmente haciendo yoga y no simplemente mirando a las mujeres que se ponen las piernas detrás de la cabeza? Por mi parte, todo lo que puedo decir es que desde mi esterilla puedo oír su respiración yendo y viniendo, profunda y lentamente como el océano, y que no tiene ningún problema en quedarse apoyado sobre la cabeza.
Artículo original en inglés:
[…] aliviar el dolor de espalda (este fue mi primer motivo), la ansiedad (¡el segundo!) o el estrés, ser más productivos en el trabajo, perder peso… Y seguramente no haya nada de malo en ello. […]