Si estás en Madrid y pasas caminando por los números 5 y 7 de la calle Mira el Sol, es probable que su fachada no te invite a poder imaginar el espacio, las actividades y personas que se hallan al otro lado. De hecho, si te has apuntado a una de esas actividades y es la primera vez que asistes, es normal que dudes sobre dónde estará la entrada o tendrá lugar la clase o el taller.
La primera vez que visité Espacio en Blanco y conocí a Rafa (la genial persona que lo gestiona, o al menos la cara visible), me explicó que él quería que la gente fuera allí por la calidad de lo que se hacía dentro, no por lo atractivo o sugerente del exterior. Ese mensaje resonó muy dentro de mí, y desde entonces las clases o talleres que he impartido a cubierto los he dado en ese lugar.
Porque dentro de Espacio en Blanco, que en realidad no es uno sino varios, es muy fácil sentirse cómodo. Por la cantidad de luz u oscuridad y los distintos ambientes que ofrecen las salas, la peculiar y agradecida presencia de las plantas (aunque le hayan cortado la melena al poto más largo que he visto nunca), la inmejorable ubicación, y la capacidad que tiene Rafa de darte todas las facilidades para desarrollar tu actividad de la mejor manera posible y con el mínimo esfuerzo.
Si buscas un espacio para tus clases o talleres, no te lo puedo recomendar más. Y aunque dentro de poco ya no estaré de forma permanente en Madrid, cuando venga a la gran ciudad seguiré organizando los míos allí hasta que Rafa quiera.
Si en el futuro tengo mi propio espacio, espero que también sea un Espacio en Blanco, donde la gente no vaya por lo atractivo de las apariencias, sino por el valor de lo que haya dentro, oculto a simple vista. Porque lo esencial es invisible a los ojos; solo se ve bien con el corazón.
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