La palabra que, en mi opinión, define el modelo económico de mis clases, es GENEROSIDAD. A lo mejor sería más correcto ponerlo entre comillas, pero es que siento que no es una generosidad entre comillas, es una generosidad con mayúsculas. Yo antes las llamaba de “precio libre”, otra gente las definiría como “donación” o “donación voluntaria/consciente”, pero, tras varios años funcionando así, estoy convencido de que la palabra más apropiada es generosidad.
La generosidad de mis primeros profesores de yoga, que me abrieron las puertas de su casa, prestaron sus esterillas, dedicaron tiempo y atención con la motivación principal de transmitir algo importante para ellos, sin exigir un precio determinado. La generosidad de los monjes que me han enseñado meditación, y se la enseñan a miles de personas, viviendo con poco más de lo mínimo imprescindible y sin pedirme dinero. La generosidad del conjunto de personas que asisten o han asistido a mis clases, que hace posible que, después de tres años, todo el que quiera pueda seguir practicando yoga y que yo siga viviendo exclusivamente de enseñarlo. Gracias de corazón a todos ellos.
A continuación comparto algunas ideas e intenciones que están detrás de este funcionamiento de las clases:
-
Que sea una oportunidad para que gente que no empezaría a hacer yoga por el precio, pueda probarlo sin que le duela. Yo mismo seguramente no estaría enseñando yoga ahora mismo si no me hubieran invitado gratis a una clase, ni hubiera aprendido a meditar si tuviera que haber pagado las grandes cantidades que piden en muchas clases y cursos.
-
La posibilidad de practicar yoga de forma asidua sin que el gasto aumente de forma directamente proporcional al número de veces que vayamos a clase. Ven todas las veces que quieras. Ese fue uno de los motivos por los que me pude enganchar al yoga y hacerlo parte de mi forma de vida, porque el dinero no era impedimento para practicarlo de forma continuada.
-
Poder elegir cuánto y cuándo pagar. Puede que un día me venga muy mal gastar, pero me haga mucha falta el yoga. Puede que prefiera dar dinero solo por las clases a las que voy, sin obligarme a pagar una mensualidad. O puede que quiera pagar por anticipado, para motivarme a ir a clase sabiendo que, en el caso de que al final no asista, otras personas se van a beneficiar de mi buena voluntad y ese dinero va a permitir que el profesor pueda mantener las clases durante mi ausencia.
- Una ocasión para recibir. Si no puedes dar, y tienes interés en venir, hazlo, no te quedes con las ganas. No pasa nada por no dar. Las clases son un regalo de toda la gente que ha asistido anteriormente y de las personas que han compartido la clase contigo y han podido dar. Si no quieres dar, ven igualmente. La generosidad se aprende al recibir de otro lo que realmente necesitamos.
-
Dinero no es lo único que se puede dar. Muchas veces una nota es lo que me ha hecho más ilusión al abrir el bote. Se ve claramente la intención con la que han sido escritas (para lo bueno y para lo malo). También puedes dejar un libro que creas me puede aportar algo o cualquier otra cosa que consideres enriquecedora en cualquier sentido. Pero el mayor regalo es tu presencia. Si no viera que algunas personas vienen de forma más o menos continuada, que aprenden, que les supone un beneficio y que lo aprecian, me daría igual el dinero, te aseguro que me dedicaría a otra cosa.
-
Considero que las clases son un ejemplo de que es posible otra manera de relacionarnos, de vivir, de que existe la generosidad en las personas; solo hay que darles la oportunidad para que la demuestren.
-
Que al levantarnos de la esterilla no termine la clase de yoga, que acercarnos al bote y a la caja sea un momento de reflexión y honestidad con nosotros mismos; ¿no tengo?, ¿tengo?, ¿cuánto tengo?, ¿siento dar algo o no?, ¿cuánto quiero dar? Respira hondo, escucha a tu corazón y obra en consecuencia. Que tu última acción en clase te permita ir totalmente en paz. Si hiciéramos este ejercicio de reflexión y honestidad en todas las cosas que hacemos, esa paz nos acompañaría siempre.