Conectar con otros
El gran maestro de té, Sen No Rikyu, vivía en Kyoto con sus estudiantes. En aquella época, la gente entregaba sus productos a sus clientes más acaudalados por una puerta trasera, que generalmente daba a la cocina. Normalmente, un sirviente o las mujeres se encargaban de recoger las entregas. Pero Rikyu tenía debilidad por el pescador local que le entregaba la captura del día, e insistía en recibir y saludar él mismo al pescador casi a diario. Era muy poco frecuente que las clases altas se relacionaran con la gente llana de ese modo, de manera que el pescador se ponía nervioso al principio, sin saber qué decir ni cómo decirlo.
Pero Rikyu apaciguó su inquietud rápidamente, y al poco tiempo los dos charlaban como si fueran viejos amigos. El pescador se dio cuenta de que Rikyu se interesaba por él sinceramente, y se sentía cómodo debatiendo de cualquier tema con él: sus problemas en casa, sus preocupaciones e intereses, así como los eventos más destacados de su vida diaria. Y cuanto más compartía, más parecía que el viejo maestro disfrutaba con sus conversaciones. Pronto se dio cuenta el pescador de que parte del corazón del maestro se perdía soñando con una vida sencilla como la suya.
Un día, aunque Rikyu estaba muy ocupado, el pescador esperó largo tiempo para poder hablar con él. Cuando este llegó a la cocina, rápidamente notó que el pescador tenía algo en mente. Tuvo que insistir durante mucho tiempo al nervioso hombrecillo, que no hacía otra cosa que mirar hacia el suelo, hasta que al final lo soltó: «Maestro, sería un gran honor si aceptara venir a mi casa a tomar té». Inmediatamente se puso totalmente rojo, esperando que la invitación fuera rechazada. Para su sorpresa, el rostro de Rikyu se iluminó de gozo, le dio una palmadita en el hombro, y le levantó la mirada. «Me encantaría», dijo de manera sentida, y concretaron la fecha.
Rikyu hizo que uno de sus alumnos más avanzados le acompañara a la humilde cabaña costera del pescador. Tomaron té en silencio durante aproximadamente una hora, para después conversar mientras disfrutaban de una sencilla pero sabrosa comida. Durante el camino de vuelta, Rikyu se giró hacia su alumno diciendo: “¡Esta ha sido una de las sesiones de té más trascendentales de toda mi vida!”. El alumno se quedó perplejo, y tras un rato más caminando, no se pudo contener: “Maestro, ese hombrecillo hizo una chapuza con el té. ¡Lo hizo todo mal! ¡Si hasta casi rompe la tetera!”. Rikyu se detuvo, apoyó su mano en el hombro del alumno y le miró directa y profundamente a los ojos: “Ese hombre no nos invitó a su casa para mostrarnos su habilidad preparando el té”.