En general creo que soy una persona de las que no acumula sentimientos negativos hacia otras. No es que me guste todo el mundo, ni mucho menos (más bien al contrario, me cuesta encontrar alguien con cuya compañía realmente disfrute), pero no suelo vivir con rencor o aversión. Y aunque esa sea la tónica general en mi vida, por supuesto no siempre es así. Desde que medito, hay dos momentos en mi vida que recuerdo donde sí que me invadían una y otra vez los pensamientos negativos hacia alguien.

En el primero de ellos, una persona con la que de vez en cuando me tocaba compartir espacio pero con la cual no tenía una relación personal me empezó a producir aversión. Incluso cuando no estábamos en el mismo lugar, se me venía a la mente y su pensamiento me provocaba sensaciones negativas. Me indignaba su comportamiento y sabía que no podía hacer mucho por evitarla.

En la tradición budista hay varias prácticas de meditación que se consideran más apropiadas para las personas que tienen tendencia a la aversión, o para superarla cuando esta es un obstáculo. Una de esas prácticas que goza de mayor popularidad hoy en día es mettā (loving kindness en inglés, “bondad amorosa” en español). Su significado literal¹ y práctico es “desear lo mejor para uno y para los demás”. La práctica de mettā no es algo que yo realice de forma regular, ni esporádica si de mi voluntad depende. Solo había practicado la bondad amorosa cuando me había sido indicado durante mi estancia en algún templo o retiro de meditación. Pero al no ver otra solución a mi problema, decidí probar y empezar a practicar metta hacia esa persona.² Sorprendentemente, y sin que yo esperara tal resultado, esa persona desapareció de mi vida. No recuerdo haberla visto en persona nunca más. Ni tampoco volver a pensar en ella de forma recurrente y negativa como antes.

loving kindness

En la segunda ocasión, la otra persona no me provocaba exactamente aversión, sino que sentía rencor hacia ella. Al contrario que la primera persona, era alguien con quien sí tenía una relación personal, pero con la que no compartía espacio, no la veía en persona. Recuerdo que cuando el rencor hizo mayor efecto en mí, yo estaba meditando en un templo bastante estricto. Era casi un retiro, pocas palabras y muchas horas de meditación con sesiones más largas que en la mayoría de los lugares. Con tan poco estímulo externo, el mundo interno toma más relevancia, y si el rencor gobierna ese mundo, las meditaciones se alejan mucho de la idea de paz y tranquilidad a la que normalmente las asociamos.

Una meditación tras otra era invadido por el rencor, conversando mentalmente conmigo mismo sobre esa persona, igual que conversaría con un amigo. Exponía mis sentimientos, me llenaba de razones para sentirme así, criticaba a la otra persona y me daba la razón a mí mismo, produciendo una sensación de “satisfacción” que solo hacía alimentar mi rencor. En esa ocasión no utilicé la práctica de mettā, sino que, manteniendo la respiración como objeto, llegó un punto en el que varias preguntas me vinieron a la mente: ¿cómo soluciono esta situación?, ¿qué quiero o necesito que haga esa persona para que yo me sienta bien ahora mismo, para dejar de tener rencor? Sopesándolo, mi relación con esa persona no podía volver al pasado. Tampoco veía la forma en que me pudiera compensar. ¿Me gustaría que le sucediera algo malo entonces? Ni se me pasaba por la cabeza, eso no me haría sentir mejor en absoluto.

Y al no encontrar solución empecé a aceptar. Acepté que yo ni nadie nos comportamos siempre de la mejor manera. Que si alguien se porta mal con otra persona siempre hay un motivo, y ese motivo no tiene porqué estar directamente relacionado con la persona que es víctima del acto. Me di cuenta de lo inútil que es vivir en el odio o en el rencor. Y me di cuenta de que tenía el poder de elegir dónde y cómo quería vivir.

¹ Bhante Henepola Gunaratana, Más allá del mindfulness, Editorial Kairós, pág. 59.
² La práctica de mettā conlleva un proceso que no describo en el artículo. No recomiendo a nadie practicar de forma directa y a las primeras de cambio la “bondad amorosa” hacia una persona con la que se tiene un conflicto, ya que puede ser muy contraproducente.