He tenido la suerte de que mi práctica meditativa comenzara en una tradición en la cual las enseñanzas son ofrecidas en el espíritu de la generosidad, sin demandar nada a cambio, y el inicio de mi camino en el yoga también llegó influenciado por esa filosofía.

Entre 2013 y 2019 viví en Madrid dando clases de yoga, y escribí esto sobre ellas:

El funcionamiento de las clases se basa en la generosidad. La generosidad de mis padres y mis amigos, que sin ser conscientes de ello fueron mis primeros maestros y continúan siéndolo. La generosidad de mis primeros profesores de yoga, que me abrieron las puertas de su casa, prestaron sus esterillas, dedicaron tiempo y atención con la motivación principal de transmitir algo importante para ellos sin ponerle precio. La generosidad de los monjes que me han enseñado meditación, y se la enseñan a miles de personas, viviendo con poco más de lo mínimo imprescindible y sin demandar dinero. La generosidad del conjunto de personas que asisten o han asistido a mis clases, que hace posible que, después de cinco años, todo el que quiera pueda seguir practicando yoga y que yo siga viviendo exclusivamente de enseñarlo.”

Desde que me marché de Madrid y dejé de dar clases, seguí encontrando generosidad allá donde fui. Y, después de volver a enseñar, he redescubierto que dejarme mover por ella es lo que más me llena el corazón.

De manera que no hay un precio establecido para ninguna de las actividades que ofrezco. El hecho de que yo pueda hacer ese ofrecimiento y que cualquiera pueda asistir libremente es gracias al compromiso y la generosidad de las personas que han asistido anteriormente, y su continuidad sigue dependiendo de ese compromiso y esa generosidad.